miércoles, marzo 10, 2010

Nunca reconoceremos que somos drogadictos

Una reacción típica de los padres que descubren que su hijo está enganchado a la droga es culpar al camello que se la trapichea. Es una manera fácil de exculpar a “su niño”, que en el cole ya suspendía por culpa del profesor. Y claro, será difícil que el chico empiece a salir del pozo si él mismo y su familia no asumen su responsabilidad en el asunto, que es toda, y se olvidan del odioso camello.
En la película de la crisis, la sociedad parece que se suele quedar a gusto asignando a los bancos el papel de camello. La droga que vendían era la deuda, claro. El diálogo nos lo sabemos de sobra. Algo así: “Te doy por ese apartamento el 120% de la tasación. Total, va a subir enseguida. Y así te puedes comprar un todoterreno con lo que te sobre o ponerte morado a horteradas en el centro comercial…”
No dudo que los bancos hayan hecho méritos de sobra para ganar el Oscar en ese papel, pero, normalmente, se hace hincapié en ellos para omitir al otro protagonista de la historia: enfrente del bancario había una familia o empresa que decía eufórica “sí, quiero esa droga”, sin que nadie (que yo sepa) les obligara a ello. Ahora el sector privado, esas familias y empresas, en una típica reacción yonki, despotrican de su camello cuando decide jubilarse porque está más enganchado que nadie. Les queda entonces la pataleta al Estado, dirigido por políticos irresponsables que actúan de falsos padres, que en vez de abroncar a su hijo le exculpan y le subvencionan la metadona, para ir tirando. Y a su vez también presionan a los grandes narcos, pidiendo tipos de interés más bajos y droga cada vez más adulterada, dinamita para los polluelos.
Ese crédito tonto que hemos disfrutado era insano. Y aunque nos cueste verlo desde este punto de vista, afortunadamente se acabó: ni fluye ni va a fluir durante una temporada larga. Toca desintoxicarse porque no queda droga y la metadona no sirve para curarse. Habrá que pasar por Proyecto Hombre, volver a trabajar (nunca se parte de cero) y a largo plazo volveremos fuertes como un toro. Ya, ya sé que a muchos el largo plazo parece importarles poco o nada, sobre todo a esos falsos keynesianos cuyo objetivo es seguir llevándoselo crudo en el corto plazo y que no saben ni quién es Keynes. Creo que es hora de reivindicar largo plazo. Pero en otro artículo.
Un buen asesor financiero debería ayudar a sus clientes a plantearse las preguntas necesarias, evaluando si es razonable su nivel de endeudamiento y haciéndose pruebas de stress personal (subidas de tipos, caída de ingresos familiares, caída de su valor patrimonial, etc), y teniendo listo un plan de reducción de gastos y deudas. Uy, qué mal suena eso. Busquemos un nombre para darle algo de marketing. Mejor aún, más chulo, un nombre con acrónimo, como hace el Gobierno con la política económica. A ver qué os parece este: “PDP: Proyecto de Desapalancamiento Personal.”. ¿Suena así más atractivo? Se llame como se quiera, es conveniente el ejercicio. En muchos casos un buen PDP puede salvar el bienestar de muchas familias.
En Estados Unidos, donde el disparate del consumismo hortera llegó hasta el extremo de presentar tasas de ahorro negativas (en 2005), el péndulo está ahora en la otra punta. Hay gran demanda de soluciones de finanzas personales: contenidos y herramientas cuyo fin primero (o último) es alcanzar el nuevo sueño americano: “to become debt free and stay debt free forever”. La existencia de portales como Mint, Money Strands o Bundle, es un reflejo de esta tendencia. Y a pesar de las razonables dudas sobre su utilidad real, las propias webs de las entidades también se han adaptado para tratar de capitalizar la nueva preferencia por el ahorro del americanito medio.
Desde el punto de vista de la empresa, las que sobrevivan al crack de la deuda, también deben dejar ya de lamentarse por el fin del crédito tonto, porque esto es lo que hay. Les sobran los motivos incluso para gritar tres hurras: el fin de la inundación de dinero barato hará que se elijan los proyectos con mayor criterio, ganando los más rentables o de mayor valor social. Los empresarios deben estar agradecidos de no abordar más proyectos absurdos, imposibles de rentabilizar, que se llevaban a cabo sólo por la distorsión que ha supuesto para la economía real la permanencia de unos tipos tan intervenidamente bajos durante tantos años. El exceso de dinero desvaloriza el talento; en cambio, ante la falta de liquidez, hace que sea necesario. Y hablo de talento, no de genialidad. Creo que el talento es más común de lo que se piensa. El talento al que me refiero es, en buena medida, una cuestión de insistencia: Umbral.

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